El impávido castillo de Bellver, sobre su colina, es el cíclope que custodia toda la bahía destilando historias legendarias de reinados y prisiones, tantas más historias cuanto misterioso es el frondoso bosque de pinos que le rodea. Cual extraño vegetal, se yergue el castillo en su cónica figura, semejando un enigma cósmico en su peculiar anillo, eje de una galaxia ignorada.
Actualmente la fortaleza está destinada a auditorio y en este entorno precisamente tuve la ocasión de asistir con mis tíos Joaquín y Covadonga al tercer concierto del XVII Festival de música de Palma, cuyo programa (ejecutado por la orquesta Sinfónica de Palma bajo la dirección de Salvador Brótons) fue bastante variado a lo largo de la noche, abriendo el concierto una deliciosa pieza del barroco veneciano Marcello (Concierto para oboe), siguiendo con una pequeña composición de Mozart para flauta y una romanza de Dvorak para llegar al descanso con el estreno universal de Orión, obra de Roig-Francolí, contemporáneo catalán afincado en USA, una pieza visceral y dramática con un sentido metafísico y existencial.
El castillo de Bellver, espigado y singular, es un ámbito donde dialogan superpuestas y encabalgadas diversas épocas con toda familiaridad, donde la magia de la música irradia con toda su fuerza en panóptico, dialogando con los guiños ojivales de sus arcadas filtrándose en las regias estancias llenas de frescas soledades, sacudiendo el sopor de fantasmas y poblando de sueños la noche ancestral.
Fotos cedidas por cortesía del ingeniero topógrafo Joaquín González, responsable del remozado actual del castillo, pilar a pilar, a quien la providencia hizo regresar con la excusa del concierto para recrearse en la contemplación de su propia obra, tantos años después.
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