Las musas borran la historia en su reinado

Los libros son nuestros mejores confidentes. Los escogemos en algún momento de nuestra vida y se quedan ya por siempre como fieles compañeros de viaje, haciéndose testigos y portavoces de nuestros sueños, que se despliegan ante nosotros como una rara flor cuando se abre el libro, marcapáginas sentimental que desvela el sendero de nuestra vida.


Mi libro de cabecera es una cuidada y pulcra edición francesa  (Editions du Seuil, París, 1968)
de las obras completas de Baudelaire, mi primer maestro, mago de la palabra en su deslumbrador hechizo sideral, oráculo permanente en mis desvelos y cofre de exquisita fragancia.



Me ha acompañado desde siempre por pensiones de estudiante, aeropuertos, pisos de alquiler, hoteles, y casas diversas durante media vida, de ciudad en ciudad y siempre lo he conservado (sobrellevando diversos avatares sobre su piel) en calidad de arca de la alianza.

No es de extrañar así que diga muchas cosas de mí este tomo de Baudelaire para mí reverenciado. Entre sus páginas afloran dibujos y fotos diversas. Es un pequeño vademécum personal y emocional en el que incluso (el mismo Baudelaire debe regodearse en el Parnaso al sentirse anfitrión) silente e implícita ha ido experimentando o soportando la acción de sucesivos amores en el tiempo que, cual sedimentos repulsivos entre sí (agua y aceite) se han ido dedicando en quitar la foto de la musa anterior para poner la de ellas mismas, al establecer su dominio, relevándose las unas a las otras, como poniendo su peculiar pica en Flandes en la tierra quemada del amor, en estas páginas del libro. El último amor se retiró quitando su foto y por el momento no hay ninguna otra ya.

Bueno, sí.

Todas las musas han respetado una imagen muy querida: sin duda porque no suscitó encono o rivalidad alguna entre ellas. En esa foto estamos mi prima Isabel y yo en los Campos Elíseos (París, verano del 93).

Era de justicia respetarla (y así lo entendieron aquellas musas airadas) no ya por lo que significa para mí sino porque ella, mi prima, es a quien debo el abrirme definitivamente los ojos a la belleza, haciéndome fervoroso seguidor del Arte por siempre.

Ella fue quien me regaló (hace más de media vida, que se ha convertido en mi vida toda) el libro de Baudelaire.

Comentarios