El viejo tren de Sóller: viaje al interior de la sierra mallorquina


Risueña la mañana en la breve estación del ferrocarril de estética art-decó nos espera paciente el tren-tranvía hacia Sóller, aprovecho para visitar un pequeño museo a pie de andén donde se exponen diversas pinturas concernientes a esta ruta Palma-Sóller, donde encuentro un óleo del arquitecto y sainetero decimonónico Bartomeu Ferrá o los magníficos paisajes, ya en el siglo XX, de Gelabert, Rafael Forteza o Guillermo Nadal, todo ello un preludio artístico del viaje antes de acomodarme en uno de sus viejos asientos de su alma de madera, semejante al viejo tranvía del Tibidabo en Barcelona, se diría un arca de madera ambulante, haciéndonos remontar a los años 40 ó 50, incluso el jefe de estación nos llama a voces para subir a los vagones y con un cornetín da la salida.



La locomotora, en un estruendo de palancas y bufidos infunde vida a las venas de la máquina, desperezándose y poniéndose en marcha en una cadencia menestral y alegre que se prolonga a lo largo de todo el camino, que se infiltra en el sopor de la campiña mallorquina atravesando las huertas y las soledades en un paisaje colorista y plural donde se conjugan el verde forestal hasta el verde fresco y primaveral, cadmio y siena de la tierra y donde conviven almendros, higueras, palmeras, olivos y pinos en apretados bosques, sin olvidarnos del paréntesis de aliento mineral de los túneles que salvaban enormes desfiladeros, sierras talladas a pico moteadas del verde forestal, o cerrando la visión en épicas cumbres arañando las nubes.





El tren va bajando en relajada elipse de la cima al vallecito y tras un abierto recodo, se nos presenta Sóller:

     El cel prepara secrets
     memoris de mandarina,
     i les riberes del vent
     esgarrien taronjades

(El cielo prepara secretas/ memorias de mandarina/, y las riberas del viento/ esparcen naranjadas)

Saluda Bartomeu Rosselló-Porcel en sus versos a este encantador pueblito.

La estación de Sóller tiene a su vez, como su enlace en Palma, una galería artística excelente relacionada con la ciudad en la obra de Joan Miró, en la que destaca la serie Archipelags sauvages , Contelacions y diverses Danseuses (obras que van evolucionando desde la celebración del mundo polifónico hasta la síntesis nuclear en su discurso) y otra sala dedicada a Picasso con piezas cerámicas inspiradas en el entorno, figuras femeninas diversas que insinúan materialidad, misterio y pan-helenismo. Es muy de agradecer esta conexión con el arte del ferrocarril, una iniciativa muy sugestiva de los amigos del ferrocarril de Baleares (http://www.aafb.net/ ).

Centro repostero de reconocido prestigio dentro y fuera de la isla, Sóller cuenta con diversas confiterías muy coloristas y exclusivos salones de té. Pero, por muy celebrados que hayan sido sus dulces, yo solo tenía estómago para una sopa mallorquina (servida y disfrutada en un castizo casino sollerense), tras la cual, además, haberme tomado el más delicioso pastelito me hubiera supuesto los más molestos problemas digestivos.








Sóller, pese a su secuela agraria que hace desparramar las casas en el valle, como gatos esquinados, es en su núcleo urbano un entorno sólidamente burgués de un tono modernista íntimo y recogido, siguiendo las huellas de Gaudí, quien diseñó la estupenda iglesia neo-gótica y unos cuantos palacios, entre ellos el Banco de Sóller.



Callejas hondas y umbrías, flanqueadas de macetas, las fontanas en su mansedumbre tararean su melodía de cristal. De repente tras las calles principales pasamos entre huertas de limoneros con su luminoso fruto esencia de la mañana, entre algún arroyo rumoroso. Calmosa y metódica la vida en el pueblo, resguardado entre los murallones de la sierra como gigantes bondadosos, Sóller queda aposentado y tranquilo como joya en costurero.

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