Arte y subversión dadá: George Grosz veranea en Palma

Uno de los más relevantes artistas del siglo XX se encuentra estos días alojado en los salones de Caixa Forum en Palma y pasará el verano entre nosotros. De Berlín a Nueva York (1912-1957), título de la muestra que ha comisariado Annette Voguel, extiende retrospectivamente la obra del alemán George Grosz desde sus primeros ensayos expresionistas hasta avanzar hacia su expresión ácida, irónica y desencantada posicionándose decididamente en el batallón vanguardista del  dadaísmo haciéndose uno de sus cabecillas tras la primera guerra mundial,  tendencia que abarcará gran parte de su vida, hasta que en los años 50 desde su exilio americano de Nueva York su mirada crítica se vuelve más comedida.




Donde se encuentra el fermento vital de George Grosz más energético es sin duda en esa obra gráfica en blanco y negro con esa narratividad de secuencias fundidas en un solo plano en un sentido muy cinematográfico y plástico creando ejes siempre inestables y fuertemente dinámicos que vertebran su discurso desde una concepción espacial de perspectiva cónica ayudado de una iconografía muy particular en donde se reflexiona acerca de la falsedad del sistema de valores burgueses (predominante en su época), que le infunde sin remedio su aire fuertemente contestatario, que le valió su adhesión al dadaísmo alemán durante las décadas de los 20, 30 y 40 del siglo pasado.

Grosz, en su visión ácida y grotesca de la realidad, es una sonora y ostentosa náusea provocada en la degradación del ser humano que se arrastra en las urbes vapuleadas tras la Primera Guerra Mundial. Las calles son para élun studia humanitatis en donde exponer el gran teatro del mundo, un vórtice de ambiciones y necedades donde se mueven fantoches en un grotesco desfile donde reina la hipocresía más lancinante sobre todos los seres humanos, caricaturizados y animalizados en su visión grotesca de la realidad, arrogantes militares desmembrados, burgueses arrogantes que son el cadáver ambulante de sí mismos, clérigos de falsas martingalas y paseantes alienados en un lodazal humano deshumanizado, agonizante y claustrofóbico, un mundo que recoge la visión despiadada de Grosz para todos aquellos que pisotean la dignidad de los hombres, ávidos de vanidades y riquezas. Como siempre todos aquellos que en el mundo han sido, por eso su arte supone vitalismo dadaísta por cuanto protesta y vulnera los principios burgueses en los que la sociedad actual descansa.

El arte de Grosz supone deformación grotesca (al modo de El Greco, Goya o Gutiérrez Solana, autores españoles que no le eran ajenos al alemán) para ridiculizar los principios de esta sociedad burguesa bienpensante y absurda, su acidez, su bilis estética se ha hecho ya síntoma propio del artista contemporáneo, una bocanada de aire fresco y violento para despertar nuestra conciencia.

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