Las Criadas de Genet, ritual y alienación

Compartir el tiempo con mi prima Rosa es todo un privilegio que difícilmente me puedo permitir (no diré que difícilmente me permite porque se enfadaría y porque, realmente, no siempre coincidimos) y por ello cuando estamos juntos saboreamos el momento con intensidad como los buenos amigos que siempre somos. Por eso, decidimos ir la noche del viernes al teatro a la Sala Guirigai.

El montaje que Guirigai Teatro nos ofreció bajo la dirección escénica de Agustín Iglesias sobre la obra de Jean Genet, Las criadas (1947), ponía en evidencia el latente conflicto de clases sobre la que se sustenta la sociedad burguesa, que provoca la alienación mental en la que se sumen las hermanas protagonistas del drama, Clara (Magda García-Arenal) y Solange (Merche Lur), sumisas y sin identidad en sus uniformes que, para intentar recobrar su dignidad, escenifican un ritual compensatorio en donde liberan sus traumas frente a la actitud paternalista (maternal propiamente) de La Señora (Asunción Sanz), mecánica y vacía, propia de la burguesía a la que pretende Genet denunciar. Las vísceras que rodeaban el espacio escenográfico (diseñado por Damián Galán) aludían a esa lucha, precisamente visceral de las protagonistas, enlodadas en sus propios complejos en los que bucean y se empuercan a lo largo de la obra.

                                                                                                     fotografía: Guirigai Teatro

De escasa acción y con una trama mínima para sostener el desarrollo, en la obra se acentúa el conflicto de las dos criadas, que se laceran escupiéndose reproches mutuamente entre marxismo y tonos existenciales, por haberles sido pisoteada la dignidad, echándose cizaña y odio a espuertas para redimirse en el ritual diario de exorcizar a La Señora, a la cual finalmente no logran envenenar y para evitar ser descubiertas en la acusación falsa que ellas mismas hacen al señor, - y cuyo encarcelamiento infunde a la señora un halo de martirio de opereta (de acuerdo a los valores burgueses que degradan cualquier gesto humano) - amostazadas por la inminencia de la detención, el veneno dirigido a la señora, en el ritual de las criadas, se lo tomará Clara, inmolándose doblemente en el papel de señora y en su papel de criada/personaje, responsable de la falsa acusación por la que el señor es encarcelado: muere así simbólicamente la señora y también la criada, físicamente, con lo cual se advierte el gran peso de la sumisión y la reverencia que obstruye cualquier conato de rebeldía, a su pesar, dependientes de la señora, a la que, aunque una de las criadas sobreviva (Solange) resultará completamente inocua al intento de cambiar su estado de oprobio. Las criadas nunca dejarán de estar supeditadas a la señora dado que el sistema les ha debilitado su fuerza, los valores burgueses adormecen y domestican la voluntad de los individuos que les sirven, perpetuando así sus privilegios y hundiendo en la atonía a la clase obrera. Sin duda, una obra desgraciadamente de rabiosa y rabiante actualidad.

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