Estación Plasencia

Hemos apurado Julián Pérez y yo la noche tras llegar a Plasencia y hemos trasnochado en su casa en donde he tenido el honor de ser invitado. Me gustan estas tenues conversaciones de madrugada con un amigo confidente como él. Se ve la realidad desde la azotea del pensamiento, mucho más nítida y global, y, pese a las tinieblas  (o precisamente por eso mismo) la realidad se ofrece más luminosa, alborozada por resucitar de sus cenizas en la lustral aurora.



Tras despedirme de mi amigo he paseado por la ciudad y aprovechando que el tren no salía hasta mediodía, he ido a ver a Juan Ramón Santos a su oficina del ayuntamiento, quien me ha hablado de la novela en la que está ahora trabajando, Biblia apócrifa de Aracia, y hemos comentado sobre el maltrecho estado que ahora está pasando el mundo de la edición en España.


Todavía me ha dado tiempo a visitar la exposición del amigo Andrés Talavero1000 olas, obra conceptual como la gran mayoría de las suyas, que se sirve de la instalación para reflexionar sobre el tiempo y los condicionamientos de nuestra mirada en este espacio aparentemente monocromo pero lleno de matices y veladuras tras sutiles arabescos.

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